lunes, 8 de septiembre de 2014

Extraído del libro, Los romances de Rosie y el Trapecista




 Joaquín, luego de bailar alguna movida salsa o cumbia, y ya teniendo el panorama de las chicas que allí se mostraban, invitaba a alguna de ellas, en la que previamente había fijado su atención, a salir al exterior a tomar aire y conversar tranquilos con una copa en la mano, sin que nadie los moleste, la mayoría de las veces aceptaban, a veces por curiosidad de conocer a tan exótico personaje, lo que ellas no se imaginaban, era que apenas entraban en la primer sombra amistosa, como la llamaba Joaquín y que los resguardara de las miradas indiscretas, “ Elvis Joaquín” se transformaba en su admirador más efusivo y era la destinataria de los besos más atrevidos y caricias más impúdicas, con las que muchas de ellas, comenzaban sus tempranas experiencias amorosas.
Cuando la chica volvía al interior del salón, generalmente sus amigas veían a esta, con su cara arrebolada de desconocidas sensaciones y su ropa un tanto desprolija, alguna de ellas mirando a sus amigas con cara de susto y otras sonriendo maliciosamente, todas ellas con sus bocas pintadas de rojo pasión y mirando de reojo a través de sus húmedos ojos, tupidos de pestañas postizas.

“Elvis Joaquín” volvía al grupo de sus amigos, arriba de sus botas de tacones y ante la admiración de estos, peinando su jopo, miraba a todos con aire de superioridad y daba el veredicto de su última conquista, que podía ser para casarse, para un día, para un mes, para novia, o solo para el baile, según el comportamiento de la niña en su primer round en la oscuridad, luego de expresar su veredicto a la corte de admiradores, se recostaba en su silla una pierna sobre otra y con una cerveza en la mano, entrecerrando sus ojos para poder enfocarlos mejor, se dedicaba a observar nuevamente el panorama de mujeres, a medida que descartaba a las niñas, iba subiendo a las de mayor edad, eso para él no era un obstáculo.

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