un pequeño relato para ustedes
El tren,
como un monstruoso gusano, sobreviviente de la época de los grandes saurios, se
arrastraba serpenteando y con rapidez, por la vasta llanura. El pasajero, ya
llevaba contados mil novecientos treinta y dos postes de tendidos de cables
eléctricos y cuatrocientos ochenta y dos árboles de distintas especies.
Ahora el infinito horizonte naranja, presagiaba la inminente
proximidad de la noche y sus tinieblas.
Una isla verde, formada por diecisiete inmensos árboles, se recortaba contra el telón iluminado del cielo, de intenso color naranja. Más atrás, otra formación de árboles dibujaba una segunda isla, que se disolvía en el paisaje, era imposible averiguar la cantidad de árboles que la componían debido a la lejanía
Una isla verde, formada por diecisiete inmensos árboles, se recortaba contra el telón iluminado del cielo, de intenso color naranja. Más atrás, otra formación de árboles dibujaba una segunda isla, que se disolvía en el paisaje, era imposible averiguar la cantidad de árboles que la componían debido a la lejanía
El hombre, dejó de llevar las cuentas de lo que observaba en
el paisaje y se dirigió por cuarta vez al baño, saludando por segunda vez, a la
señora que viajaba en el asiento de atrás, ya que las dos veces anteriores, la
señora dormía profundamente.
Luego de ocupar el baño y
entretenerse en él, investigando que utilidad tenía cada uno de los botones y
palancas de extrañas y bien diseñadas formas, que había en él, volvió a su cálido asiento, era el número
treinta y dos, luego de acomodarse y sentirse cómodo, apoyando su cabeza en él,
comenzó a mirar a través del vidrio de la inmensa ventanilla que ya mostraba la
oscuridad de la noche sobre el campo y comenzó a contar las desperdigadas luces
en el paisaje oculto. Minutos después, se encendieron lentamente las débiles
luces del interior del vagón, son catorce, se dijo para sí, asombrándose de lo
rápido que las había contado, así recostado cómodamente en su asiento, mirando
de reojo a las dos atractivas chicas, sentadas al otro lado del pasillo, el
sueño lo fue atrapando lentamente y con una sonrisa apenas dibujada se fue
quedando dormido, acunado por el suave traqueteo del tren.
Despertó asustado cuando la hercúlea
locomotora largó dos largos e intensos bramidos, advirtiendo a los madrugadores
automóviles dispuestos a cruzar por delante de ella, que detuvieran su marcha.
Ella, con su corte de largos y brillosos vagones, pasaría primero.
Ahora, por su ventanilla, donde el paisaje era iluminado nuevamente por la brillante luz solar, vio la barrera en la que los
automóviles, detenidos pacientemente, esperaban el paso del inmenso
dinosaurio. Diez minutos más tarde, haciendo rechinar sus poderosos pies de
hierro, el monstruo se detuvo en la estación, donde era esperado por un equipo
de cinco maleteros, que esperaban con sus carretas y cordeles para bajar el
equipaje y otras cargas de los doscientos ochenta y dos pasajeros que
descendieron del tren, del furgón de carga, cinco maleteros más, bajaron
catorce cajones de cargas varias y ocho inmensas maletas, despachadas por
algunos de los viajeros.
El pasajero se dirigió a la parada de
taxis, donde nueve de ellos se ocuparon rápidamente, el último lo utilizó el,
inmediatamente le dio la dirección de su destino al chofer, por precaución la
traía escrita en un papel, sentado ya cómodamente en el auto, observó por la
pequeña ventanilla trasera, hacia el cielo, que se iba cubriendo rápidamente y
oscureciendo la naciente mañana, el chofer le comentó lacónicamente, va a
llover, mientras él se distrajo mirando los números del semáforo, que en orden
descendente iban marcando los segundos que faltaban para darles paso,
veinticuatro, veintitrés, veintidós. Una chica que cruzó la calle
en ese momento lo distrajo y observó que sus piernas eran perfectas, cuando volvió la vista
al semáforo, este ya llegaba al número dos, el taxi comenzó a moverse
lentamente. Después de recorrer una cuadra, pasaron frente a una plaza,
seguramente la más importante del pueblo, contó veintidós árboles en ella y vio
que tenía un importante monumento en el centro, se sentía bien, el entorno lo
hacía sentir bien, observó las primeras gotas de lluvia que se desmoronaban por
el parabrisas, se arrellanó en el cómodo asiento del taxi y se sintió
confortado, que bien me siento, pensó. Me alegro de haber venido.
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