lunes, 21 de julio de 2014

                    La vida soñada
                          


E
l sendero en la selva se hacía cada vez más difícil, la neblina, que se elevaba del valle por donde corría el caudaloso y embravecido río, cubría toda la vegetación, un baño de humedad empapaba a la exuberante vegetación. Tenía que caminar con mucho cuidado, pues pisar en falso, en alguna húmeda y movediza piedra, significaría caer por la abrupta e irregular pendiente, que unos cientos de metros más abajo se sumergía, en el bravo y voraz río de color marrón, que corría con furia y vomitando espuma; bajaba de las partes más altas de la cordillera, allá, más arriba de las nubes.
Estaba cansado, malhumorado y hambriento, ya llevaba muchas horas caminando por estas montañas 




Así comienza otro de los cuentos de En Sudamérica, mi primer libro de cuentos, publicado y en venta en Amazon

viernes, 11 de julio de 2014

Mister, money-Mister, money


E
  


l pequeño indígena, natural del Cusco, estaba sentado desde la mañana temprano frente a la puerta del importante hotel, en el centro de la ciudad imperial del Cusco,el ombligo del mundo, como su nombre lo indica, antigua capital del imperio Inca.
Todas las mañanas hiciera frío o lloviese, el bajaba a la ciudad desde el cerro donde su abuelo, había construido una humilde choza, donde él vivía con su mamá y sus hermanos; su papa se había ido a trabajar a la selva, hacía mucho que no tenían noticias de él, su abuelo, le había contado que los abuelos de los abuelos ya vivían en la ciudad cuando los incas gobernaban toda estas tierras. Ahora después que los conquistadores Españoles habían pisoteado su cultura, robado las riquezas del imperio y saqueado sus centros ceremoniales, mucha gente venía a conocer lo maravillosa que había sido la ciudad de los Incas.
El niño tiritaba de hambre y frio, solo su cabeza estaba abrigada por un chullo, exquisitamente tejido por las hábiles manos de su madre, ella también tejía para venderles a los turistas, pero había días en que no vendía nada, entonces, sus hijos salían a conseguir alguito, como decían ellos para comer ese día.
Luego de pasar un buen rato tiritando de frío con la vista fija en la puerta del hotel, esta se abrió y salió una familia de turistas desabridos, gringos como le decían acá a los rubios americanos y su adolescente, alto y más desabrido y desgarbado hijo. Al instante se puso de pié y luego de desentumecer el pequeño cuerpito, corrió hacia ellos, cruzando la calle y poniendo su mejor cara de lástima, los persiguió hasta la esquina, extendiendo su manito y gritándoles, con su vocecita con acento quechua, míster, money, míster money.
Así le habían enseñado sus hermanos que le tenía que decir a los gringos para que le den dinero; él no sabía que quería decir, pero si sabía, que si insistía diciéndoles eso, al final le darían algo y se lo llevaría corriendo, para que su mama le hiciera algo rico para comer y ya no tener frío y hambre, luego de tanto perseguirlos y gritarles eso, la mujer le dijo al marido que le diese alguna moneda para que los dejase en paz y pudiesen ir a desayunar tranquilos, el marido rebuscó en sus bolsillos y le dio unas cuantas monedas con expresión de fastidio. De esa manera el rubio y ejemplar padre, compró la libertad de su familia ante el acoso de ese pobre y molesto indiecito. Pensó para sí, < las autoridades de esta ciudad deberían hacer algo para que no molesten a los visitantes de esta ciudad que tanta plata dejamos> y le dijo al hijo, en tono de darle una lección, < aprende, siempre que visitas uno de estos lugares pobres, debes traer unas monedas en los bolsillos, así te deshaces de los mendigos, que las malas políticas económicas dejan en estos corruptos países >.
La familia de turistas se fue contenta a tomar su desayuno, luego irían apurados a tomar el exótico tren turístico, que los llevaría a conocer las ruinas de Macchu Picchu, en las alturas de la  impresionante cordillera de los Andes. 
Luego de unos tranquilos días de descanso en el Cusco, el Mister volvió a Lima, a su rutinario trabajo, él era representante en Perú de una importante empresa petrolera, multinacional decía el, o sea que no pertenecía a ningún país, solo les interesaban los países cuando había un buen negocio y aquí sí que lo había en este momento. Él era el señor Hoffman, era el rey en sus impresionantes oficinas y tenía un ojo de lince para ver los negocios donde nadie los veía, por algo el directorio lo había nombrado representante para toda Latino América, del grupo inversor para el que trabajaba.
Su secretaria le avisó que en la sala de reuniones ya se encontraban los representantes del gobierno, ese día se iban a firmar importantes contratos, para explotar el petróleo en una zona de la cordillera, uno de los abogados de la compañía, leyó el contrato a los presentes, en él se auguraba petróleo para veinte o más años, según el informe de los técnicos, con unas ganancias más que fabulosas, correctamente especificadas en el contrato según lo discutido con los representantes del ministerio y que por supuesto eran los encargados de firmar los contratos de explotación, un negocio que los favorecía a ellos en lo personal y a la empresa petrolera en lo particular.
El señor Hoffman habló antes de la firma y manifestó, estar de acuerdo en los veinte millones que la empresa tendría que pagar, pese a la inversión que ellos harían y todos los riesgos que ese negocio implicaba, pero entendía que el gobierno manejaría adecuadamente ese dinero otorgando mejor educación y salud al pueblo, acto seguido y después de los brindis, les comunico a los representantes del ministerio que su comisión del cinco por ciento, estaba depositada en un banco en el caribe, a nombre del ministro y como gesto de amistad la compañía los invitaba a cada uno de ellos a visitar la imperial ciudad del Cusco, ciudad que el tanto admiraba, con toda su familia.
Luego de firmar los contratos y después de efusivos saludos y fuertes apretones de mano, los cinco representantes del ministerio se retiraron contentos, con francas caras de satisfacción, soñando en la semana que pasarían en el Cusco, gracias a la generosidad de estos gringos.
Lo que no entendieron fue cuando el señor Hoffman los despidió y   les dijo,
 ─ no se hagan problemas, esta todo pago, pero igual, lleven unas monedas.